Thursday, December 22, 2005

El 11, un espejo roto

El 11, un espejo roto
en la memoria de Chile

Recordando con ira a quienes con su intolerancia, deshonestidad o ineficiencia facilitaron los planes de la CIA para perpetrar el brutal golpe de Estado

Hernán Narbona Véliz
(Gran Valparaíso,29/08/03)

CHILE ESTÁ VERDE para actos ecuménicos de reconocimiento y homenaje al Presidente Salvador Allende y a las víctimas del 11 de septiembre de 1973. Cuando el gobierno del Presidente Ricardo Lagos pretendía conseguir un acto emblemático que uniera a los chilenos generando un cierre moral de una prolongada etapa confrontacional, se ha encontrado con un extendido movimiento de protesta de víctimas que, mediante huelgas de hambre, han hecho sentir su descontento frente a las medidas de reparación propuestas.

Sin desconocer los avances logrados por la nueva Doctrina Institucional del General Emilio Cheyre y la positiva gestión del la Ministra Michelle Bachelet, los hechos demostraron que hoy Chile tiene menos vocación de acercamiento, perdón o reconciliación, que hay mucho dolor acumulado y, además, un sentimiento de desencanto con el sistema democrático imperante, que pone en riesgo de protestas y vandalismo a cualquier intento de movilización cívica.

Por su parte, personeros destacados de la Democracia Cristiana, como el Presidente del Senado, Andrés Zaldívar, quien fuera encarnizado opositor a la Unidad Popular, han anunciado que no participarán en actos de homenaje al Presidente Salvador Allende. Es explicable que personas como el ex Presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle, que festejó el 11 de septiembre de 1973 y realizó donaciones para el gobierno militar, sincere su posición histórica y trate de defender la memoria de su padre, que ha sido mencionado reiteradamente por los archivos de la CIA como uno de los líderes políticos que recibieron financiamiento de Estados Unidos. La decodificación de estos archivos, de cuya existencia se había conocido por las investigaciones realizadas por el propio Congreso de Estados Unidos, ha clarificado una política de intervencionismo que compró voluntades y usó esbirros para el crimen político. Esos archivos también demostraron que el complot comenzó a partir de 1964, cuando la CIA decide financiar al Partido Demócrata Cristiano, liderado por Eduardo Frei Montalva, para frenar el avance del FRAP, Frente de Acción Popular, de Allende.

Esto es tan real como las acciones de los sesenta por exportar la revolución cubana. La figura del Che Guevara no era retórica. Su pasión lo llevó a soñar con ser vanguardia de campesinos altiplánicos que lo vendieron como a un intruso que les traía una receta que violentaba, como todos los invasores, la cultura ancestral del aimará. Cuando se suscribió la OLAS se apostaba a la solidaridad revolucionaria. Y todo se daba en el contexto de un mundo bipolar, donde las características del liderazgo norteamericano estaban marcadas por el militarismo. Grupos de poder que, luego del asesinato de Kennedy habían empujado, con un auto atentado imputado a los vietcong, el inicio de la guerra de Vietnam. Esos mismos estrategas, con Henry Kissinger a la cabeza, con Bush padre como encargado de la CIA, fueron los que decidieron en sus escritorios y al trasluz de los intereses imperiales, los destinos de este pequeño país que soñaba con el cambio social, en una atrevida e insoportable propuesta de camino democrático al socialismo.

Es difícil que la ciudadanía pueda digerir tremenda verdad. Habrá cientos de miles que persistirán con sus anteojeras queriendo ignorar las tropelías cometidas. Era de esperar que se realineara una ultra derecha golpista, y que justificara con ardor la acción de desestabilización, el asesinato de militares constitucionalistas, la represión, la eliminación de los enemigos. Seguramente esos sectores seguirán creyendo que el Plan Zeta venía codificado en los paquetes de cigarrillos Monza. Seguirán justificando crímenes que ni en tiempos de guerra se cometen contra los vencidos. Esa indignidad les seguirá de por vida y el Chile real tomará una sana distancia de esos peligrosos grupos.

La Democracia Cristiana ha reconocido culpas a través de líderes morales que precisamente se abstuvieron de respaldar al golpismo y se jugaron por defender la institucionalidad tensionada. Líderes como Radomiro Tomic, Bernardo Leighton, Jorge Lavandero o Gabriel Valdés, tuvieron la valentía de mantenerse alejados de la dictadura. Resultaron reserva moral y son los que no tienen por qué pedir disculpas. Sin embargo, los que sí estuvieron involucrados, por acción u omisión, en el régimen dictatorial, deberían al menos deponer su soberbia y pedir perdón a las víctimas de ese período represivo y excluyente. Quizás como lo hizo al presentar el Informe Rettig el Presidente Aylwin, pidiendo perdón en nombre del Estado de Chile a todas las víctimas.

Si hacemos una autocrítica general, veremos que la izquierda de entonces ha hecho un sinceramiento casi auto flagelante de ese período histórico, aunque nunca suficiente como para capturar las tonalidades de grises que cruzaban nuestra realidad, treinta años atrás.

Los socialistas eran un mosaico de caudillos y posiciones. En los mil días de la Unidad Popular, los líderes competían con discursos incendiarios. Cual más, cual menos, quisieron agudizar las contradicciones y entraron en el juego de la polarización que promovía el golpismo. En la base social el desorden cundía y el respeto de las jerarquías se quebraba en una malentendida visión del poder popular.

El Movimiento de Acción Popular Unitaria, MAPU, se escindió del PDC por el abandono que las cúpulas hacían de los principios de revolución en libertad. Luego lo haría la Izquierda Cristiana. Querían profundizar el cooperativismo en el campo. Querían quitarles las banderas del cambio social a los marxistas, pero, extrañamente, la gran mayoría de ellos fue cautivada por la dialéctica encendida y cuadriculada del marxismo y la hizo suya. Integrados a la Unidad Popular cayeron en el pecado de sentirse los iluminados para conducir la revolución, pero las peleas internas por el poder los llevaron a una inconsecuente acción, al romper la unidad del movimiento. De allí surgieron dos MAPU y posteriormente en el exilio proliferarían los MAPUs, ya que cada quien abría su propia rama.

La realidad de un partido de cuadros, con escasa base social, demostró que el ejercicio intelectual no bastaba para conducir procesos políticos. La raíz cristiana, humanista se desperfiló cuando comenzaron a competir por la conducción social y añadieron mayor confusión al mosaico de grupos que actuaban con voluntarismo en defensa de una revolución que iniciándose por la vía electoral, caía inexorablemente en el caos, con la ayuda del golpismo y de los propios compañeros de ruta.

El Movimiento de Izquierda Revolucionario mantuvo siempre una idea de vanguardia, sosteniendo que el proceso culminaría de cualquier forma en el enfrentamiento de clases y que ellos se asumían como cuadros conductores de una defensa popular. En principio, sus posiciones circularon en las aulas universitarias, en el contexto de la reforma universitaria, inflamando vocaciones de jóvenes idealistas. Pero luego generarían movimientos sociales como el FTR, Frente de Trabajadores Revolucionarios, que desobedecerían metódicamente los lineamientos del gobierno.

Los más sensatos a la distancia fueron los comunistas. Porque fueron leales con Allende para poder probar la vía chilena al socialismo. Eran los que obedecían la autoridad presidencial, los que llamaban a evitar la guerra civil. Se les tildó de rabanitos, colorados por fuera, amarillos por dentro. Eran mejores políticos porque eran disciplinados. Lo que se les reprochaba era su verticalismo respecto al Kremlin, lo cual se expresaba en seguir anclados a la justificación de momentos que los propios neocomunistas de Europa iban abandonando con gran prisa. El partido comunista no repudió la invasión de Praga por el ejército soviético y esa inconsecuencia lo dejo como un referente tibio dentro de la izquierda.

Frente a esta izquierda estaba el partido Nacional y su brazo armado, Patria y Libertad. La Democracia Cristiana había minado las instituciones a partir del Estatuto de Garantías que firmó Allende para obtener el apoyo de ese partido en el Congreso, para su nominación. De allí en adelante, cada vez que los sectores progresistas de la DC quisieron tender puentes de acercamiento, el crimen político complementaba el cuadro y destruía la intención de acercamiento: Edmundo Pérez Zujovich, el Edecán Arturo Araya, fueron víctimas de este proceso de desestabilización, como antes lo fuera el General René Schneider, el 22 de octubre de 1970. El complot, que tendía sus tentáculos infiltrando o creando grupos extremistas, no respetaba ninguna investidura.

Salvador Allende confió en su muñeca. En su clase política, en su liderazgo y capacidad de convencimiento. Cometió errores, como esa pesada visita de Fidel Castro, como no haber rayado nunca la cancha de las noventa empresas que quedarían en el área social. Como confiar en Pinochet, en vez de prolongar la permanencia del General Prats.

Sin embargo, más allá de la evaluación de su gestión, pienso que Salvador Allende creía indefectiblemente en el hombre y no alcanzaba a concebir la traición, la maniobra artera. Por eso, pienso que no pudo concebir sino hasta en sus heroicos minutos finales el peso del complot que lo sacaba del gobierno. Asumía con dignidad que su proyecto había sido saboteado por los enemigos internacionales y por el poder de una derecha reaccionaria coludida con ellos. Pero, quizás, su mayor dolor haya sido la incomprensión de sus compañeros, de sus aliados, de quienes debieron ser disciplinados pilares de un proyecto ordenado, que hubiese funcionado pese a todo.

Esa realidad hoy a lo lejos deja pendiente otro gran mea culpa. El de todos aquellos que se aprovecharon, que robaron en las JAP, que hicieron mercado negro. Que sacaron la vuelta en el trabajo y que dejaron que los asentamientos campesinos se arruinaran porque todos se sentían jefes y obedecer era ser contrarrevolucionario. El libertinaje, la indisciplina, acciones perniciosas que surgieron de lo peor del chileno, aportaron a ese desorden y desgobierno que justificó la acción de los militares. Si bien la CIA puso sus máquinas a funcionar desde el 4 de septiembre de 1970 para que se descompusiera la economía chilena, lo cierto es que les bastó apretar algunos puntos sensibles de la idiosincrasia nuestra para que la virulencia, la intolerancia, el clasismo, salieran a flote facilitando el camino para el golpe de gracia a la democracia, ese 11 de septiembre de 1973.

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