Saturday, December 10, 2005

CARTA A MI NIETO: CHILE, AÑO 2020


¿ABUELO, CUAL FUE LA VERDAD?

Querido nieto:

Has dejado un rato la computadora en que recibes a diario tus clases universitarias, para sentarte a mi lado y preguntarme para tu investigación de historia:"¿Abuelo, qué pasó en Chile del 70 al 90?" "Abuelo, cuál es tu verdad?".

Como tú me sabes chapado a la antigua, estás esperando esta carta, con mi visión, para tratar de resumirte en la primera mitad del siglo veintiuno, mi vivencia de esos años, cuando también tenía veinte años y formaba parte de esa generación dispersa que se asomaba a los setenta, llena de utopías, vehemencia y fanatismos.

Antes del período 73-90, los chilenos nos ufanábamos de ser "los ingleses de América Latina", en donde el fair-play de la política se vivía en los hogares, donde el tema de fondo, en sobremesas largas que hoy son historia, era arreglar el mundo, cada cual desde sus propias utopías. Cuando en 1970, por la vía electoral, dentro de un sistema político en que el tercio mayor constituía el gobierno, la alianza denominada Unidad Popular asumió el gobierno, su plan prometía apurar y profundizar los cambios sociales iniciados por el gobierno anterior,

Esto llevó paulatinamente a una polarización maniquea, con etiquetas superficiales, consignismo descalificador a diestra y siniestra, en fin, un inconsciente precipitar de los hechos hacia el abismo. Hubo culpas compartidas. El centro político sufrió la polarización, la prensa era de trinchera, el ideologismo cruzaba la convivencia nacional, hasta el punto de que sólo se podía ser amigo de quien pensaba como uno. A partir de 1970 hubo intentos desestabilizadores conscientes y premeditados, como el asesinato al Comandante en Jefe del Ejército, a un ex- ministro del interior del gobierno del Presidente Frei Montalva, el asesinato del edecán naval del presidente Allende, el mercado negro y el acaparamiento de bienes, la toma de tierras y empresas de todo tipo para "profundizar el proceso hacia el socialismo",

Chile se fracturaba a vista de todos. El propio Presidente Allende, líder de la vía chilena, electoral, hacia el socialismo, era rebasado por los propios aliados. El decía algo y los mandos medios, distribuidos en un cuoteo fatal, hacían lo que el propio partido dictaba. Hubo paralización de la economía, por las tomas de empresas o por boicot de los empresarios. Sonaron las cacerolas y detrás vino la violencia, las brigadas para-militares de ultraderecha, como Patria y Libertad, o de ultraizquierda, como el MIR y sus frentes.

Las voces de personeros que buscaron desagotar la tensión social se frustraron en sus patrióticos esfuerzos, dejando el campo a los fanatismos de distinto signo. De todo esto, querido nieto, da cuenta un estudio que la propia prensa hizo, a modo de autocrítica, muchos años después, cuando se vivía el fin de la dictadura militar.

Tú me preguntaste si hubo censuras de prensa, torturados o desaparecidos entre 1970 y 1973. No los hubo. Se vivió la paradoja de abusar de la democracia hasta demolerla. Muchos golpearon los cuarteles y muchos sacaron la bandera el 11 de Septiembre de 73. Pero muy pocos apostaron a que el régimen militar se haría autosuficiente. Los más pensaron que en un plazo corto las Fuerzas Armadas devolverían el poder a los civiles. Por este convencimiento, quizás, no pusieron toda la voluntad política que habría hecho falta para una salida racional que salvara al sistema democrático.

Lo que pasó del 73 al 90 tú ya lo has revisado en esas ajadas páginas del Informe Rettig. Son la parte más dolorosa del proceso, los caídos. Pero fueron innumerables los que sufrieron persecución, exilio, cárcel y tortura sin efecto de muerte. La crisis moral de la Patria se hizo sentir en todos nosotros. Nos pusimos egoístas, nos acostumbramos a decir las cosas entre líneas, la autocensura fue peor que la censura, nos volcamos más al tener que al ser. Ser significaba libertades, y por largos años los chilenos nos conformamos con la libertad de elegir marcas de electrodomésticos. De hospitalarios devinimos en esquivos, teníamos miedo a confiar... uno nunca sabía quién era el otro, fuimos por muchos años avestruces. Hasta que paulatinamente, como saliendo de un gran shock, empezamos a asumir nuestras taras, nuestros lastres. Y el más difícil fue, nieto mío, el tomar razón del salvajismo que se impuso después del once de septiembre. Para los perseguidos y excluidos ese hecho fue siempre un golpe de estado. Pero para los más, en ese momento, fue un pronunciamiento militar, con el carácter, para los menos, de una gesta. de gloria. Por largos años se sumaron las atrocidades, se impuso el miedo en la convivencia

Y en el paso lento hacia la recuperación de la dignidad nacional, deberás recordar, nieto mío, a centenares de pequeños héroes, que fueron superando ese justificado miedo, para unirse, para abrir espacios, para rescatar del alma de Chile sus más caros valores, para buscar con inteligencia y mesura espacios dentro de las reglas del autoritarismo, realizando en ese camino una dura y necesaria autocrítica. Fue duro reconocer haber fallado y ser
todos co-responsables del dolor de miles de compatriotas.

Jamás hemos olvidado al presidente Patricio Aylwin, que pidió perdón, con humildad, en nombre de todos los chilenos, a las familias de las víctimas. Y sabemos lo duro que debe haber sido para los victimarios vivir con su soberbia, con el peso de su culpa, con los gritos de los torturados, con humildad, en nombre de todos los chilenos, las familias de las victimas. Y sabemos lo duro que debe haber sido para los victimarios vivir con su soberbia, con el peso de la culpa, con los gritos de los torturados, con la última mirada acusadora de los ejecutados indefensos. Fue duro para Chile aislar los intentos de sembrar más confusión v más odio, corno una cortina de humo frente a la verdad. Y fue difícil seguir como sociedad con ese baldón del pasado, en donde vimos tantas veces aplicar ese consejo oscuro: miente, miente, que algo queda.

Querido nieto, nadie es dueño total de la verdad. Tú me preguntaste la mía.

Yo he querido, nieto mío, ayudarte a comprender a la distancia, sin justificativos, descarnadamente, lo que nos pasó en los últimos treinta años del siglo veinte. Tú vives hoy un mundo diferente. Gracias a Dios ya nadie cuestiona la libertad como eje vital, nadie teme y la participación es cosa viva en todos los niveles. Ya nadie manipula o quiere torcer la nariz a la verdad asumida como nación. Te juro, nieto mío, que aún tus abuelos no entendemos cómo se trizó el alma de este pueblo y hubo quienes actuaron con tanto odio y crueldad, excluyendo y mintiendo. Y es importante la memoria colectiva, para construir con Uds., los jóvenes del siglo veintiuno, un país digno y de trabajo. Quiera Dios que la confianza sustente los proyectos de desarrollo. Que tu generación logre subordinar la tecnología al hombre, a todo el hombre, para conjugar la verdad cotidiana y disfrutar la paz. Sólo me resta decirte, hijo de mis hijos, que este viejo setentón te ama.

Tu abuelo

15 de Marzo de 1991

Hernán Narbona Véliz


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