Gladys, la mujer transparente
Hernán Narbona Véliz
06/03/05
No caben los obituarios para despedir a Gladys Marín. Todos los elogios están dichos. Los de sus fieles compañeros y los de sus detractores. El común denominador ha sido el rescate de su consecuencia, de su apasionada lucha por sus ideales, de su palabra certera, sin medias tintas, sin cálculos pragmáticos. Porque Gladys es transparencia, es traslúcida; vivió su liderazgo político en las peores circunstancias, cruzó las fronteras para el trabajo clandestino, viuda, tuvo que sacrificar el estar con sus hijos, para evitarles los horrores de las máquinas de la muerte; estuvo en las protestas, en la resistencia, se la jugó eludiendo los zarpazos de la bestia en retirada. Fue emblema, fue susurro de libertad, fue grito denunciante. Se ganó su sitial en esos momentos en que había que sacudir el miedo.
Fue voz de la tierra en esa etapa que muchos de los que hoy gobiernan vivieron a lo lejos, en el seguro asilo de los países europeos.
Gladys Marín se instala como un icono libertario en la historia política de Chile. Como se lo dije hace un par de meses atrás a una estudiante de periodismo, Gladys rebasa el ideario del Partido Comunista, porque fue quijotesca y nunca su espalda conoció de venias ante los poderosos. Por eso la admiración es multitudinaria y trasciende los marcos ideológicos, reflejando la voz contestataria en contra de un sistema excluyente articulado por poderes fácticos que, siendo conocidos, pocos se atreven a encarar. Gladys lo hizo y por eso las fuerzas progresistas ganan con ella un nuevo símbolo de heroísmo. Que no se queda en la doctrina comunista del siglo XX sino que cruza transversalmente las sensibilidades sociales de la post-modernidad, reclamando por la depredación ecológica y social que impone el sistema global.
Con distintos énfasis, desde diferentes visiones, la fuerza de Gladys Marín marca un desafío supra-ideológico por la paz, por la justicia, un no a la impunidad, una exigencia de ética pública, una convocatoria a construir una democracia real, participativa. Un hito de honestidad política, donde las ideas y los principios recuperan su espacio, ocupado por décadas, por la acción calculadora de las tecnocracias políticas.
Las cenizas de Gladys circularán como un mensaje de coherencia. Serán esparcidas en la tierra y el mar, el día de la Mujer. Demostrando que no es el dinero la llave para el poder. Que, legítimamente, se puede conquistar poder para las mejoras sociales a través de la integridad, mediante la consecuencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, respetando la diversidad. Aceptando la realidad de intereses contrapuestos, pero colocando, sobre la base de principios, claros límites a las fuerzas despiadadas del materialismo. Ella, que abrazó racionalmente el materialismo dialéctico, se eleva hoy como símbolo del espíritu, como ejemplo de transparencia. Gladys, la mujer, toda la mujer.
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