Thursday, December 29, 2005

ACUERDOS ELECTORALES, AMIGOS Y LEALTADES

ACUERDOS ELECTORALES, AMIGOS Y LEALTADES

Hernán Narbona Véliz

11 jun 2001

· El otro día me topé en el aeropuerto con un amigo de la secundaria y pude disfrutar de dos horas de gratuidad. De comunicación distendida, sin mayor compromiso, en un clima de afectos que sólo se puede lograr con el compañerismo no contaminado que uno construye en la adolescencia. Luego, enfrascado en el trabajo, reflexionaba en cómo uno se pone a la defensiva si alguien le plantea que busca lealtad. Porque muchos confunden este valor con la incondicionalidad.

Cuando era joven soñaba con tener un millón de amigos. En el camino, me fui equivocando muchas veces hasta aprender a entender la interdependencia, el respeto, la tolerancia a la diversidad y el mandato imperioso de no intentar nunca cambiar a otra persona o intervenir en su vida más allá del consejo, si es que éste se solicita y acepta. De adulto, sufrí equivocaciones por querer atribuir al mundo de la política los sanos criterios de la época universitaria. En situaciones límite aprendí de tolerancia y reconocí las amenazas del odio exacerbado.

En la madurez, uno vuelve los ojos a los viejos amigos, que quedaron como bengalas en algún recodo. Porque con ellos el afecto se ha mantenido aunque cada cual haya seguido rumbos diversos. Tal vez ahora, gracias a las comunicaciones, se pueda construir redes de conocimiento, de colaboración y reciprocidad, sin necesidad de fijar encuentros sociales, sin tener que ir a tomarse un trago cada vez que se quiere motivar una conversación.

Lealtad significa tener siempre presente un nombre amigo para poder plantearlo cuando surja la ocasión. Es saber quién no falla, quién es serio, quien no te dejará mal. Cuando hay amistad puede que el amigo esté, por circunstancias de su desarrollo, en un alto sitial. Pero basta una llamada, un nombre, para que se desmantele en torno a él toda la parafernalia del poder, todas esas secretarias que juegan al jefe ocupado en permanentes reuniones. Y la llegada es directa: pelao, flaco, guatón, en qué puedo ayudarte, en qué andas?...

Pero el juego del poder tiene su dinámica particular. Así se vive hoy en Chile, a diez años de esta democracia atada a un sistema binominal, sin una ley de financiamiento a los partidos políticos, con un importante abstencionismo, con la exclusión de facto de sectores minoritarios. Todo lo cual ha trastocado los valores democráticos en su profunda esencia. Hoy se vive el poder del dinero y quien no lo tiene vive una neo-esclavitud.

Nada tiene que ver hoy la práctica política con principios. Nada tiene que ver con la fuerza de la razón o con el debate. Se organizan encuestas, se quiere marcar tendencias, pero nadie llega al fondo de las cosas. El dinero es un instrumento para alcanzar el poder o bien el fin implícito del poder al que se aspira. Las máquinas políticas así como levantan un líder, así también lo abandonan. Las redes de conveniencia que permiten armar una campaña política son estructuradas en compromisos y conveniencias, Te doy tanto y mi factura es ésta. Cuando al político instalado en el poder le pasan la cuenta, pierde su capacidad de independencia, se debilita su representatividad popular. Las lealtades concebidas en este marco son frágiles palabras. Son retórica.

La lealtad real se construye con fidelidad a ideas comunes, a valores que envuelven la relación. El liderazgo debe sustentarse en la solvencia moral y en la adhesión convencida y libre de los colaboradores. Esto dinamiza grupos entusiastas de trabajo, potencia movimientos políticos, mueve la sociedad generando hechos políticos. Hoy, lamentablemente, se confunden las lealtades en base a un ideario común con el clientelismo politiquero. Y en ese contexto, todas las consideraciones son de conveniencia, pero un mosaico de egoísmos nunca construira un proyecto de trabajo ni menos un liderazgo político.

Esto que comento viene al caso de las negociaciones cupulares, a espaldas del electorado, en las cuales derecha, centro derecha, centroizquierda e izquierda, han intentado construir sus pactos electorales. Después de eso, vendrán los tecnócratas del marketing político a prefabricar perfiles, lavar imágenes y lanzar mensajes convincentes. Pero de la Democracia Participativa nadie se acuerda, de eliminar el binominalismo nadie habla, de erradicar los senadores designados tampoco. A todos parece acomodarle, más menos, las reglas del juego vigentes. El asunto es estar ahí, con una buena bolsa electoral, presencia en televisión y otros medios, para que la gente que se ha acostumbrado a los spots emita su preferencia como quien elige entre entre calugón Pelayo o Vicio de Costa.

La realidad política está tan distorsionada que furibundos demócratas cierran filas para no dejar entrar a nadie más al juego democrático. Porque su visión del cuento es que mientras menos sean más posibilidades hay de poder seguir con un sillón en el Congreso. Abrir compuertas no conviene al partido, a la tribu, a la familia. En estas negociaciones, vistas desde afuera, se aprecia una diferencia tenue entre autocráticos, defensores del régimen militar y pseudo demócratas, porque lo común a todos es que buscan apernarse a como dé lugar, ya que perciben que en este juego de las sillitas musicales, el que pestañea pierde. Por eso rayan las alianzas, fraternalmente, con saludos más cínicos que el de los boxeadores.

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